
¿Qué le dices a esa persona? a esas personas que te llaman y no acudes.
Le digo:
Quiero que consideres ahora la posibilidad de un milagro. Hay una razón por la que no has experimentado recibir una solución de mí, pero esa razón no es importante en este momento. Lo que es importante en este momento es que tú consideres la posibilidad de que ahora, justo ahora delante de ti, hay una respuesta. Abre los ojos y la verás. Abre tu mente y la conocerás. Abre tu corazón y la sentirás que está ahí.
Le digo:
Sólo si me llamas con absoluta certeza serás consciente de que se te ha dado tu respuesta. Porque es lo que tú sabes, lo que tu sientes, y lo que tú declaras que será verdad en tú experiencia. Si me llamas con desesperanza, estaré ahí, pero tu desesperación puede cegarte e impedirte verme.
Le digo:
Nada de lo que has hecho es tan horrible, nada de lo que a ti te ha sucedido es tan irreparable, que no pueda ser sanado. Puedo hacerte y te haré entero otra vez.
Sin embargo, debes dejar de juzgarte a ti mismo. El que hace el juicio más fuerte eres tú. Los otros pueden juzgarte desde fuera, pero no te conocen, no te ven, y por eso sus juicio no son válidos. No los hagan válidos al aceptarlos como si fueran suyos. No significan
nada.
No esperen que los otros te vean como eres realmente, porque te ven a través de los ojos de su propio dolor. Sabe, en vez de eso, que yo te veo ahora, en asombro y en verdad, y eso que veo de ti es Perfecto. Cuando te miro, sólo pienso una cosa: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Le digo:
El perdón no es necesario en el Reino de Dios. A Dios no se le puede ofender ni dañar de ninguna manera. Sólo hay una pregunta de importancia en el Universo Entero y no tiene nada que ver con tu culpabilidad o tu inocencia. Tiene que ver con tu identidad.
¿Sabes quién eres realmente?
Cuando lo sabes, todos los pensamientos de soledad desaparecen, las ideas de no merecer nada se evaporan, las consideraciones de desesperanza se transmuta en conciencia maravillosa del milagro que es tu vida. Y del milagro que eres tú.
Y finalmente, Hijo mío muy querido, digo:
Estás rodeado en este mismo momento por cien mil ángeles. Acepta, ahora, su ministerio. Y después pásales sus regalos a otros, porque en el dar recibirás, en el sanar serás sanado. El milagro que estabas esperando te ha estado esperando a ti. Sabrás esto cuando te conviertas en el milagro que otro espera.
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